viernes, 23 de octubre de 2015

El libro viajero y sus historias!

El viaje tortuoso e incierto de mi libro viajero, 2ª parteAutor: Luis Ernesto Romera


El reloj de la estación marcaba las 8:20 de la mañana, justo en ese momento llegaba el tren camino Benalmádena destino Fuengirola. Tras el fracasado intento anterior, esta vez busqué un lugar más propicio. 

Escogí los asientos traseros del último vagón, donde en ese momento tan solo compartían asiento a un lado una pareja de ingleses que no se enteraban de nada, una joven escondida tras su smartphone en la siguiente fila y nadie enfrente de estos.

Decidí colocar el libro en unos asientos paralelos a las ventanas y que quedaban a la vista desde tres filas más al fondo. Tenía una panorámica directa del asiento donde se erguía orgulloso con su atractiva portada aquel magnífico ejemplar, también podía observar desde la seguridad de mi lugar a la posible lectora o lector que pudiera encontrarlo.
En eso que una joven con un libro entre la manos se acercaba. 
¡Magnífico! -pensé- Que mejor que una amante de la lectura para apreciar este magnífico regalo.

Pero la chica caminaba a paso lento, tanto que otro hombre, que parecia miembro de una cuadrilla de albañiles se le adelantó. 
Respiré aliviado cuando este pasó de largo, además iba con el teléfono en mano sin parar de hablar con no se quién, sobre no se qué. Y se sentó justo en los asientos de atrás.
Cuando la joven lectora llegó al libro estaba tan embuída en su propia lectura que no se percató de aquel otro libro que había preparado para ella. 

De repente, para sorpresa y cierta decepción de mi parte, una mano desde los asientos de detrás surgió como de la nada y se asió de aquel libro. Era el albañil del teléfono, que aún en medio de su conversación hizo lo que pudo para quedárselo. Y luego dicen que los hombres no podemos hacer dos cosas a la vez. ¡Maldita leyenda urbana!

Esperando quedé a que aquel hombre abriera el libro por sus primeras páginas, se fijara en la leyenda y observara con cara de sorpresa hacia a un lado y otro, pero no. El tren llegó a su destino, todos los ocupantes nos bajamos, algunos, como aquel hombre lo hizo a una velocidad, que me fue difícil seguir y ya solo fuera de la estación a lo lejos me pareció ver que lo hojeaba.

En fin, queda soñar esperanzado que aquel joven de obrera apariencia, tenga a bien seguir las instrucciones y tengamos alguna buena noticia. 
Huelga decir que en la vorágine del viaje, y la tensión, olvidé hacer la correspondiente foto y por tanto el último recuerdo de mis "Girasoles ciegos" .
Mañana vuelvo con la intrigante historia de su compañero "El niño del pijama de rayas", abandonado en un parque" .

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