viernes, 23 de octubre de 2015

El libro viajero y sus historias

Una historia chusca, 2ªparte

Autor:Carmen Jauregui Romo

2da. parte de la historia chusca de un intento frustrado con secuencia fotográfica, o mejor dicho, esta es la historia de una tarde de suspenso con un final feliz.
Luego de la experiencia frustrante en el primer intento, decidida a no ceder ante las circunstancias, dejé pasar un día porque llevaba varias noches sin dormir trabajando en el laboratorio y, claro, mis clases y actividades regulares durante el día. El sábado decidí probar suerte en una plaza comercial de Tijuana, se llama “Plaza Río”. Es un sitio muy concurrido, especialmente en fines de semana. Es de un ambiente familiar, variopinto y tranquilo. Di una vuelta por el lugar para ubicar la mejor pista de despegue para mi libro viajero, una pista de despegue con un mirador oculto desde donde pudiera hacer la captura fotográfica del instante mágico y decir adiós a mi amigo viajero. Llegué ahí por la tarde, cuando rebosaba de gente y de los más variados sonidos: música, susurros, charlas, risas, taconeos y ruiditos de los chiquillos correteando por el lugar. Me dije: éste debe ser el lugar que mi libro ha elegido para volar y con ese pensamiento y todo el entusiasmo me dispuse a buscar el sitio perfecto para dejarlo en libertad. Compré un helado para usarlo de pretexto cuando me sentara casualmente en una banca en la que finalmente diría adiós a mi amigo viajero. Esperé a que se desocupara alguna de aquellas bancas sin respaldo para buscarnos lugar a mi libro y a mí. Se desocupó una y nos sentamos casi espalda con espalda un señor y yo, con nuestros frentes opuestos. Coloqué mi libro en el extremo de la banca cerca de mí, le tomé una foto de despedida y comí impaciente mi helado. Buscaba desde ese sitio, el mejor lugar para ocultarme con la cámara (esta vez con baterías nuevas) para esperar pacientemente a que alguien le diera alas a mi libro viajero. Visualicé el lugar perfecto y en cuanto terminé mi helado me dirigí con prisa a mi escondite, mirando por encima del hombro a ver si alguien lo recogía mientras me alejaba. Llegué al que sería mi refugio por los siguientes 40 minutos más o menos y me dispuse a esperar vigilante, siempre de pie. Ahí seguía el señor que había tomado su lugar al mismo tiempo que yo, indiferente del obsequio que tenía al alcance… si tan sólo hubiera volteado en esa dirección. Se acercó otro señor hablando por teléfono, demasiado distraído con su conversación como para percatarse que a su espalda se encontraba aquel regalo inapreciable. Se sentó en mi lugar pero mirando al frente contrario que tenía yo, de espaldas al libro que silencioso esperaba al lector indicado. Poco después llegó una pareja joven con dos niñas, la mayor solo se preocupaba por corretear por el lugar y asustar a las palomas. La menor, ávida de golosinas, compartía gustosa unos nachos que degustaban sus papás con singular entusiasmo. Se sentaron junto al libro sin siquiera percatarse de su presencia. Así transcurrieron once interminables minutos, hasta que la joven madre finalmente miró lo que todo ese tiempo había estado a su lado, lo tomó, lo miró y lo hojeó. Luego regresó a la primera página, a leer el sticker del Club de Lectura y le pasó el libro a su compañero. Éste también lo observó detenidamente, leyeron el mensaje del Libro Viajero una y otra vez, lo hojearon tanto como desearon en los 5 minutos siguientes para finalmente dejarlo nuevamente en su mismo sitio y alejarse sin una mirada de despedida. Para ese momento la banca se había desalojado por completo, bueno, solo quedaba un usuario. El libro despreciado hasta el momento en espera de un ansioso lector que quisiera emprender una aventura junto con él. No pasó un minuto cuando la banca fue ocupada por una mujer joven que revisaba mensajes en su celular, indiferente del usuario que quedaba a su espalda y casi al mismo tiempo llegó una pareja de jovencitos, comiendo algún bocadillo, demasiado abstraídos con su manjar como para detectar a nuestro protagonista. Solo permanecieron unos 5 minutos. Ya casi para retirarse descubrieron el libro y lo hojearon, no pude captar con la cámara el instante en que lo hojeaban porque una señora bastante mayor, empeñada en pasearse de ida y vuelta frente a mi cámara me lo impidió. Antes de irse ambos miraban en todas direcciones como buscando al dueño o a alguien que los estuviera vigilando, tal vez no creían que era un verdadero obsequio. El joven se levantó primero y caminó en sentido contrario a donde yo me encontraba, mirando en todas direcciones, pronto lo siguió ella, pero… el libro había sido abandonado. Inmediatamente se fueron a sentar ahí dos señoras mayores, durante 7 minutos estuvieron charlando, sentadas junto al libro y ninguna se percató de su presencia. Para ese momento tenía yo bastante tiempo de pie en el mismo lugar, la terraza de un restaurant de comida rápida, cerca de un pilar. Mi inamovilidad y mi silencio seguramente me hacían parecer parte de la arquitectura del lugar, tanto así que una paloma me eligió como blanco de sus evacuaciones, acabé con la blusa manchada de aquel producto de la necesidad biológica de esa ave. Pero volviendo al punto que nos ocupa, luego llegaron al sitio dos señoras más con dos adolescentes varones, se veían de clase media baja. Aunque la banca estaba llena, los niños se acercaron; el mayor como si estuviera siendo llamado por el libro, se dirigió a él y lo tomó inmediatamente. Lo abrió y leyó emocionado su contenido. Se le unió el hermano menor con curiosidad y luego la que parecía ser su mamá. Posteriormente ambas señoras dialogaron con las señoras mayores que estaban sentadas, al parecer preguntaron si era de ellas el libro, a lo que extrañadas respondieron negando con la cabeza y visiblemente sorprendidas, charlaron un rato, se presentaron oficialmente de mano (después de la curiosa razón que unió al improvisado conjunto) y pidieron ver también ellas el libro. Finalmente todos se retiraron en tanto que el niño mayor colocaba en una bolsa de compras su valioso hallazgo. Caminaron hacia el rumbo en que yo me encontraba y me di cuenta de que la mamá volvía a pedirle el libro al niño y siguió caminando mientras leía la presentación del Libro Viajero, lo hizo lentamente y con mucho interés mientras avanzaba por aquella concurrida plaza, indiferente del tránsito, sin mirar ni una vez el camino, absorta en la lectura mientras avanzaba con su familia. Luego fue el niño menor quien se apoderó del feliz viajero. Caminó con toda lentitud y leyó indiferente del entorno la misma dedicatoria de Libro Viajero que segundos antes leyera su madre. Yo salí de mi escondite y tomé esas fotografías a un metro de distancia sin que aquellos ensimismados lectores se percataran de mi presencia. Acto seguido me alejé con la mayor satisfacción y una sonrisa de felicidad. Mi libro viajero había emprendido el vuelo en las manos adecuadas. Misión cumplida.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. La puedes ver en el club Isabella, había fotos de personas que no han autorizado aparecer y pudiera ser un problema!!1
      Besines

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